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Tomada de la red |
Todo estaba ya dispuesto para
la lucha, cada uno de los contrincantes estaban ya listos; los escudos, lanzas
y cuchillos fueron puestos en las manos de cada uno, el final era simple: el
ganador tendría la esposa, y el otro moriría o simplemente sería expulsado de
la aldea por considerarlo indigno de pertenecer a la aldea guerrera, sin honor
y considerado cobarde por no morir en el duelo.
El sonido de los tambores
cambio drásticamente de un ambiente de festejo a uno de confrontación y de
suspenso, el ambiente se cargó de la excitación de los presentes; nadie reparo
en la mujer que acompañaba al retador, aquella mujer de extraño brillo en la túnica
y de ojos como el cielo, quien permanecía
a la expectativa de los sucesos que se llevaban a cabo.
Los aldeanos no podían adivinar
quién sería el perdedor, los dos guerreros eran muy fuertes; cada uno de ellos mostraba la seguridad en el
arte de la guerra, bravos combatientes que sabían manejar sus armas, se miraron
del uno al otro con la fiereza de las tribus zulú, dispuestos a dar la vida por
lo que ellos querían; todo estaba listo, los contendientes solo esperaron la
orden del patriarca para iniciar el combate.
El patriarca pensaba en las
posibles repercusiones que tendría esta lucha, para con los ´pueblos las
variantes eran pocas y se resumían en dos acciones: una si el guerrero de la
tribu vecina todo seguiría en paz, si por el contrario ganaba Thulani; la reacción
de la aldea podría ser la chispa que
prenda un nuevo conflicto entre ellos, por eso dudaba en avalar la confrontación.
“Madre Innyanga, ayúdame a tomar esta decisión pero
poder mantener la paz entre estos dos pueblos” al escuchar esto la mujer solo
atino a sonreír y caminar en dirección al jefe de la tribu, pero se detuvo un
poco antes para observar a los dos contendientes, y reparo en la mujer en
disputa, hasta ahora nadie había reparado en ella, Mbali solo observaba con
temor el desarrollo del acontecimiento y su mente era un caos, no atinaba a
coordinar ideas, pero algo estaba fijo en su mente era que Thulani era el amor
de su vida, que si el perdía y moría, ella moriría con él.
Todo esto era de alguna manera
observado por Innyanga; quien como madre de todos, no podía más que conmoverse
de la fidelidad de ambas almas, recibía también las suplicas de cada uno de los
protagonistas de esta situación, necesitaba tomar una decisión, ayudar o dejar
que fuera el destino de cada uno el que se cumpliera; aun pensando en eso se le
acerco una anciana harapienta que de inmediato le hablo por su nombre,
sorprendida por el hecho de que esa mujer le conociera y más aún supiera que
era ella le escucho su plática.
“Madre Innyanga, apelo a tu amor de madre de todos
nosotros para evitar que esto no resulte en una guerra cruel entre tus propios
hijos, ya estamos las mujeres cansadas de perder no solo a nuestros marido sino
también a nuestros vástagos,” fueron la palabras de súplica de aquella anciana que
había perdido su compañero de vida y su primogénito en esas batallas cruentas
entre las aldeas.
“los ruegos de todos ustedes
han sido escuchados por mí;” conmovida Innyanga, por las palabras de la
anciana, asegurando que esta noche no permitiría una nueva confrontación entre
pueblo hermanos; en esos momentos el patriarca daba la orden de iniciar el
combate de los guerreros, iniciándose una feroz lucha que al ruido de los
tambores sonaba terrorífica para ella; de repente la luna en el cielo se empezó
a teñir de rojo, como si al iniciar la batalla se sonrojara de vergüenza.
Todo el mundo guardo silencio,
los tambores dejaron de sonar y los combatientes se detuvieron al observar una
sombra roja a sus pies; en eso se escuchó el grito de una mujer pidiendo se
detuvieran y dejaran las armas entre hermanos, hasta entonces repararon en la
mujer que acompañaba a una anciana harapienta; esa mujer hablo con voz fuerte,
como habla una madre a sus hijos cuando cometen un error y que puede acarrear
consecuencias fatales.
“pueblos míos, les habla su
madre Innyanga, he venido a poner orden entre ustedes, dejemos de pelear entre
hermanos de raza y de sangre, permitamos que el amor de estos jóvenes sea
ensalzado, y que nuestras aldeas se olviden de rencillas que aun yo no
recuerdo;” todos al escuchar las palabras de quien hablaba se pusieron de
rodillas, incluso el patriarca estaba pálido de la impresión y solo atino a
inclinar la cabeza con humildad para quien era la madre de todos los pueblos
Zulús.
Camino rumbo al centro de la
aldea, donde los dos guerreros yacían postrados en señal de respeto a quien le
hablaba, llamo a Thulani y al joven contendiente de este; “hijos dejen las
armas y sean hermanos, toma a tu mujer y vive en paz,” fueron las palabras
dirigidas a Thulani, “tu noble guerrero, confió que podrás dirigir a tu pueblo
con sabiduría y la valentía que ha mostrado en este momento tienes mi bendición
desde hoy; tendrás a una buena esposa y a un gran aliado en este pueblo.”
Nadie atino a contradecir los
designios de alguien con tanta divinidad, solo asintieron con la cabeza, cada
uno guardo en su mente y corazón las palabras de Innyanga, uno a uno se
pusieron de pie cuando escucharon las últimas palabras de ella, una luz blanca
ilumino la aldea, la luna volvía a su color natural, todos voltearon al cielo
para ver a su diosa, cuando regresaron la vista al centro de la aldea solo se
encontraban los dos guerreros de rodillas.
A partir de esa fecha las dos
aldeas convivieron en armonía cada uno con su líder, tan sabio uno como el
otro, sin poner en entredicho la paz
implantada por el ser que no solo bajo a la tierra sino que les dejo su mensaje
de paz y sobre todo les reafirmo su amor de madre amorosa.
Y todo esto sucedió en una
noche de luna llena y al sonar de los tambores.